Hoteles en epoca de guerra. (La Nacion).

A resguardo. De Kiev a Saigón y de Beirut a Sarajevo: cuando el hotel se convierte en búnker en los conflictos armados

Hospedajes ubicados en ciudades clave han centralizado la actividad de corresponsales, negociadores y fuerzas de paz. Aquí, un recorrido puertas adentro

16 de abril de 2022

Flavia Tomaello

PARA LA NACION

El periodista Didier Francois prepara un artículo para AFP en el Holiday Inn de Sarajevo, en 1993
El periodista Didier Francois prepara un artículo para AFP en el Holiday Inn de Sarajevo, en 1993Patrick Durand – Sygma

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Como el ébola, aquello que sucede en África, para la comunidad internacional se queda en ÁfricaMientras no pase sus fronteras, el mundo se lamenta y espera. Algo de eso sucedió en 1994, cuando durante 100 días tuvo lugar uno de los genocidios más grandes de la historia, que exterminó al once por ciento de la población de Ruanda. Miembros de la etnia tutsi fueron víctimas de asesinatos planificados, de modo sistemático y metódico, a manos de sectores radicales de la etnia hutu.

Terry George recoge en Hotel Ruanda, una película realizada una década más tardeun pequeño milagro que protegió a 1268 refugiados de ambas tribus en un hotel. Des Mille Collines, en Kigali, propiedad de la aerolínea belga Sabena, cuyos principales clientes eran turistas franceses y belgas, cobijó a más de un millar de personas gracias a la inteligencia de su gerente: Paul Rusesabagina.

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El origen de los hoteles bajo el concepto que entendemos tiene más años que Cristo. En la antigüedad, se consideraba una obligación recibir al peregrino y acogerlo con un hospedaje seguro. Las posadas ya existían en el Imperio Romano para acoger a los funcionarios. Recién hacia el fin de la Edad Media, cuando el comercio resurgió, los albergues tomaron vuelo.

Con todo el glamour que el considerado padre de la hotelería le dio a estos espacios, César Ritz jamás imaginaría que algunas de sus más célebres obras terminarían siendo escenarios clave en el desarrollo de las guerras. Como escenografía de una película de acción, la invasión a Ucrania por parte de Rusia se ha convertido en una película filmada en vivo y sin extras. Encaramados en las terrazas o munidos de equipos completos de transmisión desde el balcón de sus propias habitaciones, los corresponsales de guerra transmiten 24 horas en vivo con tal veracidad que se ha visto a Matthew Chance, el líder de la corresponsalía de la cadena CNN en Kiev, soportar el primer bombardeo a la ciudad mientras estaba al aire.

Reporteros en el mítico Commodore (Beirut, 1982)
Reporteros en el mítico Commodore (Beirut, 1982)Christine Spengler – Sygma

Los hoteles se convirtieron desde el siglo pasado en protagonistas clave de los conflictos armados. Sus instalaciones centrales, su capacidad de albergar de manera individual a muchas personas, sus recursos diferenciales en dotación de electricidad, agua potable o alimentos, y la posibilidad de acceder a tecnología de la mejor categoría que cada país puede ofrecer son algunas de las cualidades que los transformaron en puntos deseables para ser apropiados, habitados por la prensa, utilizados como base de información, prisión o mesa de negociones.

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“Debido al toque de queda impuesto por el gobierno ucraniano –cuenta a LA NACION revista Kenneth Morrison, profesor de historia en la Universidad De Montfort en el Reino Unido, autor de Sarajevo’s Holiday Inn: On the Frontline of Politics and War y coautor de War Hotels (con Abdallah El Binni) y Reporting the Siege of Sarajevo (con Paul Lowe)–, los periodistas deben estar de regreso en sus hoteles a las 8 de la noche, por lo que cualquier transmisión que hagan después de esa hora debe ser dentro del hotel. A menudo se refugian en el sótano con el personal cuando hay advertencias de ataques aéreos o cuando los bombardeos son particularmente intensos”. Numerosos hoteles de Kiev (Radisson Blu, Hyatt, Premier Palace, Kozatskiy, Senator, Khreschatyk, Intercontinental) se han convertido en base de los medios de comunicación.

Continuar con la rutina es lo que los hoteles intentan puertas adentro cuando una hecatombe sumerge el exterior. Bajo la idea de que el ser humano se adapta a todo, los albergues parecen acompañar como un amortiguador entre la mística periodística de los corresponsales y la agonía de la violencia.

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U2 inmortalizó un himno al sitio de Sarajevo, la ciudad emblema de la Guerra de Bosnia, que permaneció bajo asedio por casi cuatro años, entre 1992 y 1995. En “Mr. Sarajevo”, dicen: ¿Hay un momento para mantener la distancia? / ¿Un momento para apartar la vista? / ¿Hay un momento para mantener la cabeza baja? / ¿Para seguir con tu día? El Holiday Inn de Sarajevo es, tal vez, el emblema de la experiencia de cobijo de periodistas en guerra. Fue el símbolo de la supervivencia. Permaneció abierto todo el tiempo que duró el asedio, mientras los cronistas extranjeros lo tomaban como base para conservar la cordura de un apremio demasiado duradero.

El Holiday (como lo llamaban cariñosamente sus habitantes de prensa) se inauguró en ocasión de los Juegos Olímpicos de invierno de 1984, bajo la varita creativa de uno del reconocido arquitecto bosnio Ivan Straus. Comparado con una construcción de legos, su amarillo intenso resplandeció en todas las imágenes de los canales de noticias durante la cobertura. Como un extracto del bar de la mítica película Casablanca, su hall se convertía cada día en un encuentro multicultural.

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Zahid Bukva, hoy gerente de la recepción del Holiday Inn, quien trabaja en el sitio desde su inauguración y está a punto de jubilarse, se unió al hotel en los Juegos Olímpicos, primero como camarero y luego como gerente de sala. Bukva recuerda –en charla telefónica con LA NACION revista– que en ese momento el hotel siempre estaba lleno. En ocasión del asedio, a pocas cuadras se ubicaba el cerco de las líneas defensivas, lo que lo convertía en un riesgo y una oportunidad. A pasos de la acción, era un gran recurso para que los corresponsales tuvieran el frente casi al alcance de sus miradas. Su cercanía, en cambio, lo puso en riesgo en innumerables ocasiones. Bukva afirma que “no había quedado ni un solo vidrio sano en todo el edificio”. De los muchos bombardeos, uno de sus recuerdos más vívidos es la de un proyectil que dispararon desde Vraca, uno de los barrios de la ciudad. “Atravesó dos paredes, el baño, y se estrelló contra la escalera donde explotó”, rememora.

El Holiday Inn de Sarajevo es, tal vez, el máximo emblema del cobijo a periodistas en tiempos de guerra
El Holiday Inn de Sarajevo es, tal vez, el máximo emblema del cobijo a periodistas en tiempos de guerraTom Stoddart Archive – Hulton Archive

El edificio de una decena de pisos, que nadie sabe bien cómo tenía agua ni electricidad al menos una parte del día durante casi todo el tiempo que duró el conflicto, se fue convirtiendo en un espacio cada vez menos seguro en tanto avanzaba el asedio. Con el tiempo quedaron muy pocos espacios amigables. Bukva sostiene que era común escuchar disparos dentro y fuera. “Era resultado del azar mantenerse vivo –afirma–. Nos ocultábamos al anochecer en el restaurante del hotel. Solíamos pasar la noche reunidos, durmiendo en el piso. Era una falsa idea de seguridad”. Nadie sabe bien cómo, pero el personal que siguió en el hotel todo lo que duró el asedio intentó mantener el concepto de huéspedes para con los periodistas. “Fue nuestra manera de respaldar a Sarajevo –sigue Bukva–, que se pudiera contar lo que estábamos viviendo”.

La entonces corresponsal de CNN Christiane Amanpour relata en el libro de Kenneth Morrison: “El Holiday fue el hogar de muchos de nosotros que cubríamos la Guerra de Bosnia. Estará vinculado para siempre con ese momento y nuestros esfuerzos por informar los hechos mientras estábamos bajo fuego”. Una de las anécdotas más reveladoras del personal que permaneció atendiendo a los periodistas cuenta que un francotirador estuvo disparando casi por 24 horas a un mástil sobre el ingreso principal de manera sistemática: un disparo cada 3 minutos. Pero dentro del Holiday, el personal siguió atendiendo sin deshacer sus sonrisas en medio del amedrentamiento. La experiencia casi cinematográfica incluía las escaramuzas de los cronistas en las calles de la ciudad para conseguir sus reportajes, para luego volver al hotel a cenar o tomar café, atendidos por mozos con atuendos impolutos.

EL VALOR DE ESTAR ALLÍ PARA CONTAR LA HISTORIA

El frente del hotel que mira al Museo Nacional fue destruido por completo en los primeros tiempos del asedio, de modo que las habitaciones ubicadas allí casi no llegaron a ser utilizadas. Para 1996 retomó su esencia de hotel de pasajeros. “Cuando estaba investigando para el libro –recuerda Morrison–, no pude encontrar un registro de visitas del período 1984-1992. Desapareció durante el asedio. Al tiempo, recibí una llamada de un periodista estadounidense que me dijo que lo había sacado de contrabando en 1992 y se olvidó de él. Aceptó enviármelo. Más tarde personalmente se lo llevé a Hajro Rovcanin, quien ha seguido trabajando en el hotel desde 1984. Fue maravilloso devolver algo al Holiday. Fue un pedacito de historia a la ciudad”.

Bombay, en la India, soporta cada año una inundación de la que renace como un Fénix. Sus puentes se derrumben anualmente y es epicentro de monzones. En la era contemporánea, además, sufrió ocho ataques terroristas. En esta ciudad emergió una de las olas más voraces de la pandemia. Y de allí nace una letanía que se repite: “Espíritu Bombay”, esa llama que siempre enciende la resiliencia.

Los corresponsales de UPI, en el Royal Hotel (Camboya, 1970)
Los corresponsales de UPI, en el Royal Hotel (Camboya, 1970)Bettmann – Bettmann

En el libro escrito por Hilda Guzder El taj de los tatas se lee: “La historia y el hotel están entrelazados”, en referencia al Taj Majal Palace Hotel, que es la postal preferida de la ciudad junto a su vecino, The Gateway of IndiaLa imagen del humo emergiendo de su cúpula recorrió las pantallas y primeras planas del mundo en el ataque terrorista de 2008. Sus salones se convirtieron en hospital para enfermos de Covid-19. Sin embargo, esta experiencia no es una novedad para Bombay. El Taj se estrenó con 600 camas para atender a los heridos de la Primera Guerra Mundial; se calcula que lucharon 1,25 millones de indios, la gran mayoría provenientes de Bombay.

Fue justamente en la Gran Guerra cuando los hoteles comenzaron a ser centro de actividades vinculadas a los conflictos. El Royal Horseguards es de los más lujosos de Londres. Balconea al Támesis y recibe cada año los mayores galardones que miden alojamientos de lujo. El primer jefe del MI6, el servicio secreto inglés, Mansfield Cumming, lo utilizó como oficina, mientras habitaba en el edificio contiguo entre 1911 y 1921. La Oficina de Inteligencia Secreta convirtió a ese espacio en su residencia durante la Primera Guerra Mundial.

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El hotel Alhambra Palace de Granada, una joya asimilable al propio complejo árabe a pasos de él, fue utilizado como hospital en la Guerra Civil española. Durante el conflicto, las monjas y mujeres que en él vivieron le pintaron enormes cruces rojas para que se supiera que ahí solo había heridos de guerra y civiles enfermos. Las fuerzas militares no bombardearon la zona, lo que preservó intacto el legado histórico.

El racionamiento durante la Segunda Guerra fue uno de los tatuajes que dejó el conflicto en la memoria de los británicos. Una anécdota de entonces cuenta que el mítico Winston Churchill (a quien hoy un hotel homenajea en Londres: el Hyatt Regency – The Churchill) instaba a los comercios a mantener la pauta publicitaria en los medios como una manera de “dibujar la normalidad”. Los más grandes hoteles de entonces entraron en debate entre ambas ideas. Mientras los soviéticos hacían propia la localidad hasta entonces finesa de Summa y desde 1940 rusa con el nombre de Soldatkoye, escenario de una de las batallas de la Guerra de Invierno, en The Berkeley, a pasos de Hyde Park, se lanzaba su nueva temporada de caviar, langosta y codorniz.

Entre 1941 y 1942, cuando la política de tierra arrasada era puesta en marcha por Stalin y tenía lugar la batalla de Palmira como parte de la campaña de Siria-Líbano, el Savoy, a pasos del puente de Waterloo, servía sus mesas con tres camareros y un sommelier. Anunciaba públicamente su menú “consome frappe, salmón en salsa de vino blanco con papas nuevas y puntas de espárragos, praliné helado y café”. Puertas adentro, el lujo. Afuera, una marcha de 60 mujeres con pancartas: “¡Racionen a los ricos!”. La protesta duró apenas 30 minutos.

Periodistas en el sótano de un hotel de Kramatorsk, sureste de Ucrania, el 24 de febrero último
Periodistas en el sótano de un hotel de Kramatorsk, sureste de Ucrania, el 24 de febrero últimoAnastasia Vlasova – Getty Images Europe

Las pérdidas de los hoteles fueron millonarias, por supuesto. El gobierno británico se hizo cargo de 600 de ellos, que permitieron el alojamiento de emergencia durante los bombardeos y en albergues para refugiados, tal como hoy en Polonia, Ucrania o Hungría.

El hotel más antiguo de Australia, el Hydro Majestic, abrió en 1904 y era el preferido de Sir Arthur Conan Doyle. Allí se mudó el Departamento de Defensa de los Estados Unidos en 1942 y lo transformó en un hospital de campaña para los soldados heridos que combatían en el Mar del Coral y el Pacífico Sur.

The Vinoy Park Hotel en Florida, Estados Unidos, se abrió para recibir el año 1925. En 1942 los propietarios lo alquilaron a la Fuerza Aérea y más tarde al Servicio Marítimo de los Estados Unidos. Allí fueron entrenados más de 100.000 soldados antes de partir al frente. Luego de la guerra fue utilizado por el equipo SWAT. Estuvo a punto de ser demolido, pero la comunidad local lo rescató y volvió a abrir sus puertas como hotel en 1992.

Una compañía naviera a cargo de los viajes a Hawái a comienzos del siglo pasado fue la dueña del primer hotel de la isla, el Royal Hawaiian. El 7 de diciembre de 1941, en ocasión del ataque a Pearl Harbor, fue tomado por la Marina de Estados Unidos y convertido en un centro de descanso y recreación para marineros.

Terrorismo defront desk

Uno de sus blancos preferidos del Ejército Republicano Irlandés (IRA) fue el Hotel Europa de Belfast. Fue atacado 33 veces. Por entonces, Harper Brown, un experto en el manejo hotelero, tuvo en sus manos la tarea de llevar al Europa a la cima de la propuesta turística de la ciudad. En una ocasión, retiró él en persona explosivos que localizó en el interior del hotel y los dejó en la calle. Para Morrison, este es uno de los hoteles en guerra más emblemáticos. “El IRA sabía que un ataque al Europa, donde se alojaban todos los periodistas, garantizaba publicidad –dice–. Brown y su personal se ocuparon de mantener las cosas lo más normales posible a pesar de los peligros. De hecho, el hotel solo cerró en un par de ocasiones, cuando los daños causados por un bombardeo hicieron que el edificio fuera inhabitable. Nadie murió en el hotel, a pesar de las más de tres docenas de bombardeos en 23 años. Su historia es de una resiliencia extrema”.

El hotel Commodore de Beirut fue durante décadas una escultura de la arquitectura urbana y hoy es símbolo de la guerra civil del Líbano (1975-1990). Ubicado en una zona tradicional de la ciudad, denominada distrito hotelero, epicentro del interés de los bandos en conflicto, fue el hogar de muchos periodistas en esos 15 años. De hecho, una de las facciones, las Fuerzas Reguladoras Kataeb (KRF) tenían su sede en el Este de Beirut predominantemente cristiano, pero gradualmente había tomado el control del distrito hotelero: el Saint Georges, el Hilton, el Phoenicia y el Holiday Inn. La Batalla de los Hoteles comenzó el 24 de octubre de 1975, cuando el Movimiento Nacional Libanés (LNM) y combatientes de la OLP lanzaron una gran contraofensiva para recuperar el control del distrito, para muchos expresión viva de la disparidad social. En medio de los combates, los hoteles conservaban a sus huéspedes en su interior, intentando protegerlos hasta contar con un salvoconducto seguro para huir.

Cuenta Morrison que “después de haber pasado varios días sin poder salir del hotel mientras la batalla se desarrollaba a su alrededor, el primer ministro libanés, Rashid Karami, negoció un breve alto el fuego que permitió a los huéspedes y al personal recoger sus objetos de valor y marcharse”. Había 200 personas atrapadas en el Holiday Inn durante los primeros cinco días de batallas que rotaban de interés de un hotel a otro. Eran tomados, atacados, utilizados como puntos para francotiradores, refugiaron bandos de manera alternada, mientras, siempre, algún periodista permanecía en el interior. Al final de la Batalla de los Hoteles solo quedaba su caparazón. La mayoría fue hoy totalmente reconstuido.

El Commodore se había convertido en el lugar predilecto de los corresponsales extranjeros. Casi todas las noches, la barra circular del bar reunía a periodistas, milicianos, políticos, diplomáticos, espías y fuerzas de paz de la ONU, todos a salvo de los proyectiles que no se detenían afuera. Para 1982, como bailarinas exóticas, los atractivos del bar eran los comandantes de la guerrilla palestina de Yasser Arafat. Pero más tarde, cuando se produjo la invasión israelí, fueron estos oficiales los que dejaban sus armas en el mostrador. Y en 1987, el Commodore fue escenario de su propia gran batalla: milicianos musulmanes chiítas y rusos previamente aliados se apuntaron entre sí. Lucharon habitación por habitación. Tropas sirias intervinieron y dejaron al hotel como colador. Su reconstrucción comenzó en 1992. Hoy, con vidrios polarizados, muestra su vestíbulo de mármol blanco y negro como símbolo de las dicotomías del pasado.

Sobredosis de TV

La Guerra de Vietnam tiene el terrible honor de haber sido la primera contienda televisada. Una de sus estrellas fue el Hotel Caravelle, en Saigón. En concordancia con el mayor involucramiento norteamericano, los periodistas ocupaban los alrededores de la plaza Lam Son. Allí, el Continental Palace, el Rex (que sería base militar estadounidense) y, claro, el magnífico Caravelle, se convirtieron en protagonistas arquitectónicos desde finales de la década del 50 hasta la caída de Saigón, en abril de 1975.

Para los amantes de las crónicas de viajes, es extraño abordar una sobre la mística Indochina que no tenga al Caravelle entre sus letras. Obra del francés Ernest Hébrard, se inauguró en 1880. Su competidor directo en fama durante el conflicto de Vietnam fue el Continental, que homenajea a su homónimo de París, inmaculadamente blanco para mitigar el calor exterior. Ya había ganado fama durante la Primera Guerra de Indochina (1946-1950) como epicentro de los grandes debates de los actores internacionales del conflicto. Newsweek, Time y el New York Herald Tribune instalaron sus oficinas en el hotel durante ese tiempo.

Más allá de su posición estratégica, cerca de todos los espacios oficiales de donde obtener información, fue el Caravelle el elegido por la prensa internacional para contar Vietnam desde sus micrófonos y plumas. El edificio más alto en una ciudad petisa, un amable aire acondicionado a disposición en su interior, ventanas blindadas y su majestuosidad interior eran un gran suspiro para soportar el exterior. El Caravelle fue la elección de ABC, CBS y NBC para montar sus transmisiones. El Premio Pulitzer Malcolm Browne, autor de la icónica imagen de la autoinmolación de un monje budista en Saigón en junio de 1963, fue huésped del hotel. El Caravelle siguió abierto incluso durante la caída de la ciudad. Su azotea fue la platea privilegiada para llevar el diario de los sucesos, incluso la evacuación final de los norteamericanos. Desde allí se tomaron las imágenes de ciudadanos desesperados por subirse al último helicóptero.

“Informar sobre guerras extranjeras en las últimas décadas del siglo XX requería de una gran cantidad de equipos: máquinas de edición, teléfonos satelitales, télex, incluso generadores. Algunos hoteles, como el Commodore de Beirut, tenían su propia red de comunicaciones con máquinas telegráficas y marcación internacional. Dado que la tecnología digital ha permitido que los corresponsales sean más nómadas, el hotel ya no es tan vital como lugar para establecer oficinas y almacenar equipos pesados. Sin embargo, siguen siendo importantes centros de comunicación, donde los periodistas pueden compartir datos, consultar con colegas y obtener información clave del personal local. Siempre serán vitales para los equipos de noticias extranjeros, sobre todo porque pueden proporcionar lo que necesitan para funcionar en una zona de guerra: electricidad, buena conexión Wi-Fi, comida y alcohol”, resume Morrison.

Flavia Tomaello


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